lunes, marzo 03, 2008

el miedo y los sueños I


“El miedo que se había apoderado de los soldados etruscos, ante aquellas órdenes sibilinas, comenzó a remansarse”

Escrito a mano, con la diminuta letra que usaba a mis veinte años, en la guarda de mi ejemplar de Paradiso: La Habana, ediciones La Flor, 1972 (es la cuarta reimpresión). Comprado en la Librería Andrómeda de Pamplona, cuando todavía era en este pais “libro prohibido”.
Estamos en el capítulo XII, que, como una lapa en un arrecife, cuenta historias paralelas a la acción principal:
Juan Longo, crítico musical duerme cataléptico –su esposa lo ha hibernado para mejor conservarlo a su lado-.
Y Atrio Flaminio, “capitán de legiones”, manda a sus soldados en sucesivos enfrentamientos hasta que llegan a las tierras de la Tesalia, siempre pobladas de hechicerías y hoy “ardiendo en conjuros, aparecidos, holoturias flotantes en el aire, nubes que disparaban flechas y piedras”…
Los dos relatos se entrecruzan hasta hacerse, indistintas: la esposa del crítico musical habiendo muerto su esposo sin haberse despertado, abre la tapa de su ataúd para despedirse y se encuentra con el tremendo corpachón de Atrio Flaminio, que entró soñando en la muerte que le provocaron unas fiebres, aquella muerte a la que él deseaba llegar “en el remolino de las batallas”.

Antes de esa culminación, en Tesalia, los espantos no solo asesinaban a los legionarios, sino que los mutilabann, vedándoles el descanso eterno. Acorralado por estas desgracias,Atrio Flaminio consulta a la Pitia délfica, de la que obtiene dos palabras: pedernal, espejo. Después se va a la siesta (y dejo la palabra a Lezama)

… “permaneció durante toda la siesta dándole vueltas al poliedro enviado por lo invisible. El sueño, como una leve brisa rodó sobre su piel, hasta parecer que lo envolvían en una piel mayor. Saltó de esa piel mayor como si le diese un pinchazo con su daga. El tiempo en que se había abandonado a la extensión de la siesta, se había convertido en un espejo giratorio. Había entrado en aquella región con un poliedro cuya iridiscencia lo cegaba. Salía con un escudo metálico, donde podía fijar la refracción solar, listo ya para dar las órdenes de combate.”
. Así que ordenó a sus legiones que saliesen al río por piedras de pedernal, que después habrían de coserse en la coraza, sobre todo en la región del plexo solar. Y “El miedo que se había apoderado de los soldados etruscos, ante aquellas órdenes sibilinas, comenzó a remansarse”

¿Porqué hace treinta y cinco años atrás escogí estas palabras y no otras, estas de la página 515 de este texto, solo accesible “por inmersión”, que dijo Cortázar. Me contesto que porque entonces, y desde entonces –e imagino que antes de entonces- doy cobijo en mí a lo que esa frase me sugiere: que a mi miedo lo mitiga, tan bien como cualquier otra medicina y aún mejor, …el misterio. Lo desconocido. El arcano. El enigma. La visita, entre tanta amenaza, de un orden exterior y superior.

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